lunes, 3 de diciembre de 2012

Verano

Hoy, mientras dormía durante una película muy mala en la cineteca, tuve un sueño que creí digno de anotar. Me llamó tanto la atención el sueño que intenté representar las imágenes mentales fielmente tal como los recuerdos que de él me quedaron apenas desperté. Aprovecho la instancia para intentar incursionar en el cuento, es el primero cuento que escribo, pero como viene de un sueño espero que se comprenda si es que algunas cosas no tienen una coherencia exacta.
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Verano


Era de noche y ya no quedaba nadie en la sala. Los anacrónicos bancos cafés inamovibles del suelo se alistaban para las únicas 10 cortas horas de sueño de las que disponían. Con el fin de que descansaran en paz salí al largo y angosto pasillo que se encontraba igualmente vacío. Sus innumerables salas, rodas réplicas exactas entre sí, se enfilaban al lado izquierdo del corredor, mientras que al derecho una muralla sin ventanas ni puertas, con azulejos en todos sus rincones, y que se encontraba protegida por una reja que la resguardaba desde el techo hasta el suelo.

Después de recorrer todo el pasillo veo que al fondo hay un baño y decido pasar.. Me lavo las manos, luego la cara, y a continuación me miro en el espejo con la cara aún goteando. Había dormido profundamente y eso se evidenciaba en el reflejo de mi rostro. Eran las diez y media de la noche, hace más de 2 horas me debería haber ido a la casa y aún seguía aquí. Por la ventana observo el patio del colegio, que no parecía patio ni parecía colegio. No se escuchaban risas, ni pelotazos, ni bocinazos, ni pájaros. El silencio era el único rey del lugar.

Salir del colegio no fue fácil, todas las mamparas estaban cerradas y el transcurso hasta la puerta fue solitario y oscuro... hasta de aterrador se podría calificar. Como no vi un alma en todo el trayecto tuve que escalar las altas y pesadas rejas negras que me separaban del exterior. El hambre se hacía notar en mis entrañas y las monedas escaseaban en mi bolsillo, por lo que me dirigí al callejón en donde encontré una cafetería abierta y ahí pude comprar a un precio razonable una marraqueta con cecina y abundante palta.

Al volver a la calle del colegio, el sol curvaba todo a mi alrededor con su calor abrasivo. La calle continuaba vacía a excepción de un grupo de escolares agrupados afuera del liceo. La palta chorreaba entre mis dedos y me llenaba de energía y me alejaba del ensoñamiento en que me encontraba.

Cuando terminaba la marraqueta me acerqué a mis compañeros, pero antes de ello me cruzo de frente con un profesor de lenguaje que toda mi vida lo había detestado por su gusto por humillar a los alumnos. Cruzamos un par de palabras vacías, sólamente por cortesía, pero nuestra conversación se vio interrumpida por una una cría de elefante vestida de morado y erguida sobre sus patas traseras que cruzó altaneramente caminando por la calle.

Luego de la extraña situación, ninguno de los dos supo que más decir, por lo cual continuó cada uno el camino que llevaba anteriormente, El sol yacía en una esquina del ocaso y irradiaba todo con su atmósfera de soledad y sequedad. Los liceanos ya se habían disgregado e iban todos entrando al colegio cerrando la puerta tras de sí. El único que se quedó afuera se dirigía caminando hacia mí, y como vivíamos relativamente cerca le dije que nos fueramos juntos. Me respondió que tenía que esperar a un amigo para tomar el metro, pero ante mi insistencia cedió y comenzamos a caminar hacia el paradero.

Mientras llegabamos a la plaza para cruzarla, el sol nos encandilaba desde su trono en lo alto y resaltaba el azul del cielo impoluto, el verde del suave pasto interminable, el amarilllo de la áspera arenilla, y le daba a todo un toque plástico y artificial. Sobre los dorsos de los gigantescos edificios, cuya cúspide no se veía debido a que estaban en estado de crecimiento, se reflejaban todos los objetos mostrando así infinitas plazas iguales a esta, todas igual de sintéticas.

El calor nos impedía el avance, pero nos jntamos en una sola fuerza y comenzamos a pisar la grava que sonaba por sus intentos de defenderse ante el peso de nuestros zapatos.Al parecer todos quienes transitaban por ahí lo notaban y decidían trotar a pesar de sus chaquetas, maletines, camisas y corbatas. Las palomas picoteaban el suelo de forma sincronizada y todo parecía previsto desde un computador. Nos miramos fijamente, el sol se reflejaba en su clara cabellera y hacía notar sus imperfecciones: éramos un virus dentro de la matriz. Pese a todo, comenzamos a caminar y pasamos al lado de los señores que corrían y nos percatamos, tras una breve observación, que, a pesar de sus trotes, no avanzaban.  Era un movimiento ilusorio, una simulación de vida hecha por el sistema operativo de la plaza.

Al llegar al centro de la plazoleta, el poder y el calor de la arenilla fue más fuerte que antes y comenzamos a avanzar cada vez más lento, hasta que, pese a todos nuestros vanos esfuerzos, no pudimos desplazarnos más. Movíamos las piernas frenéticamente, pero seugíamos en el mismo lugar, condenados a estar ahí hasta el fin de... ¿De qué?

Cuando ya habíamos perdido toda esperanza, entra otro escolar desde la esquina de la plaza. Camina, camina. Se detiene a mirar. Sigue caminando, ahora más lento que antes. cada vez más pausado, hasta que finalmente se estancó igual que los demás. Para ese entonces ya tenía camisa, corbata, chaqueta y maletín. Cuando me percato de ello y lo señalo con el brazo levantado a mi amigo, un escalofrío me sacude el cuerpo: mi compañero estaba vestido de oficinista, y entonces siento el nudo de la corbata que comienza poco a poco a estrangularme.

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